domingo, 28 de abril de 2024

Naufragio en Caleta del Barco, La Mascona

 Incidente marítimo en La Mascona

Entre la historia y la leyenda: La Caleta del Barco y la Cueva del Tesoro.


Caleta del barco, Bajo de la Burra, norte de Fuerteventura. Situémonos en el siglo XVIII, con el regimiento de milicias en ciernes, el coronel se perfilaba como una figura institucional que pronto se convirtió en administrador de los bienes señoriales, un personaje que alcanzó poderes omnímodos.

En el obispado se colaba el pensamiento de la Ilustración y ya se apostaba por mejorar la asistencia pastoral en la isla; al centralismo de la nueva dinastía Borbón en España, se sumaba este capítulo de la organización religiosas que, para empezar, comenzó a fraccionar el poder acaparado por la élites en Betancuria durante siglos, creando nuevos beneficios eclesiásticos con nuevas parroquias.

El siglo XVIII trajo la reorganización militar: apareció el regimiento y la figura del coronel. Trajo la división parroquial: dos nuevas, una en Pájara y otra en La Oliva, donde la familia Cabrera tenía sus intereses, digamos más cercanos. En todo caso, la población se incrementó gracias a la reorientación de la agricultura para el abastecimiento de cereales a las islas occidentales y centrales, embarcadas en el monocultivo de la vid.

Y con los vinos, las barrillas. Buques de muchas nacionalidades circulaban por aguas canarias; había remitido la piratería berberisca y los núcleos costeros de la isla comenzaron a florecer para embarcar los cereales y la piedra barrilla, caso de Puerto de Cabras, que se sumaba a la serie de embarcaderos y puertos naturales de Tarajalejo, Puerto de la Peña, El Cotillo, Caleta Fustes o Pozo Negro. Pero los sustos para el tranquilo comercio comenzaron a llegar de las propias rivalidades de Gran Bretaña y Francia-España; ahora eran corsarios pagados por aquellas potencias para hostigar el tráfico por el Atlántico.




Conocemos el episodio de 1740, cuando los corsarios de las colonias insurgentes de la América anglosajona llegaron tierra adentro, hasta Tuineje, en aras del conflicto entre España y Gran Bretaña. Y casi cincuenta años después, la armada francesa, corsarios o no, atacaba a los británicos por nuestras aguas. Estábamos ante un contexto que nos traería otro episodio de nuestra historia marítima en las riberas de La Mascona, al norte de Fuerteventura.

Los atalayeros de Escanfraga corrieron el aviso y los verederos llevaron la noticia al jefe del Regimiento de Milicias Provinciales en su casa de La Oliva. Por toda la dehesa se propagó la voz de prudencia ante las velas enemigas que se movían desde el Puerto de Tostón hasta la Bocaina y El Río, cerca de Lobos y de Corralejo.

Los moriscos y criadores de ganado que se encargaban de atender la marca de la Mascona (paredes divisorias y los ganados que allí se soltaban) serían los primeros en ver con sus propios ojos, sin intermediación de órdenes, lo que se estaba cociendo al norte de la isla. Ellos conocían el territorio y no tendrían dificultad en esconderse por el fragoso si las cosas empeoraban: simplemente se escabullirían por entre cuevas y tubos volcánicos, dejando atrás algunas res que se zamparían los forasteros, como solía ser habitual hasta aquellos momentos.

La preocupación estaba en el Puerto del Tostón, casi entullido por las arenas, y de muy difícil acceso para pilotos desconocedores. Y hacia allá marcharon las huestes comandadas por el Coronel para concentrarse en El Roque, donde permanecieron unos días con la vigilancia a cargo de los hermanos Méndez y el con el retén de la Torre o Castillo cercano.

Aquellos acontecimientos sucedían en el último quinquenio del siglo XVIII, entre 1796 y 1806 se produjo el combate y expolio del buque perdedor que, desde entonces, bautizó lo que conocemos como “Caleta del Barco”, en cuyo Bajo de la Burra se escoró la nave para soportar el desmantelamiento de un navío de la potencia marítima más grande de los mares; los vecinos comarcanos, con barquillos por la marea y carretas por los senderos ribereños se encargaron de aprovechar los restos de aquel naufragio. No es extraño que hasta allí se acercaran como lo hicieron desde los volcanes y terremotos de 1730-36, los marinos conejeros del cegado Puerto de Janubio, ya asentados en Playa Blanca, al sur de Lanzarote, y en los embarcaderos del norte de Fuerteventura.

Ya tenemos dos topónimos: Caleta del Barco, Bajo de la Burra. Surgirían otros muchos que, andando el tiempo, teñirían los acontecimientos con el halo de la leyenda y la ficción: Llanos del Dinero, Cueva del Dinero, Corral del majo. Como si el buque allí herido de muerte viniera cargado de metales preciosos o monedas, tal vez para el pago de la barrilla exportada por diferentes embarcaderos de aquella zona de la orilla majorera: los puertos de La Mascona.



Y aunque en la documentación se reflejaba el nombre del bergantín “Mars”, de pabellón gabacho, el que embarrancó fue el de la pérfida Albión; quienes sobrevivieron al ataque se desplegaron por Fuerteventura: Miller, James, Hogg… británicos o corsarios bajo bandera de Inglaterra. Y cabe pensar en la cuestión que debieron plantearse personajes como James Miller:  volver con deshonor o afincarse en la isla al servicio de quien le ofreció cuantos apoyos pidió para desconcierto de los investigadores. Porque el tal Diego entró muy pronto en los círculos del poder de la isla; el coronel lo apadrinó en su boda con Antonia Méndez, hermana de los responsables de la vigilancia desde El Roque y que, como veremos, serían encartados en un litigio con la autoridad de marina que duró casi cincuenta años.

Tenemos pues distintas áreas en las que el episodio naval se diluyó: el pecio, del que la arqueología subacuática ha dado señales, ubicándolo a unos siete metros de profundidad gracias a los siete cañones que por allí siguen compactados con el sedimento marino y el óxido. Los topónimos con que se fue conociendo en la cartografía a aquella caleta del norte de nuestra isla; el tablero por donde transitaron los expoliadores de los restos del buque, al que comenzaron a referirse como Llano del Dinero; la cueva del dinero o del pirata, un tubo volcánico en el borde del mar de lavas, ya malpaíses, con apariencia de haber sido cegado, posiblemente con la pólvora y cuyos vestigios ha ido tapando el jable que así borró los intentos varios de encontrar lo que se suponía escondido por los supervivientes o por los expoliadores (a saber si ellos fueron los que propagaron el cuento del escondrijo para medrar un hueco en la escala social de la Fuerteventura de entonces, lucrándose con lo que de verdad salvaron).

La administración marítima del distrito de Canarias sustanció un voluminoso expediente de lo acontecido con el “Mars” en el Bajo de la Burra en momentos de tránsito del siglo XVIII al XIX; se registraron denuncias e hipotecas por el aprovechamiento de los restos del barco, encartándose a los hermanos Méndez, de El Roque, en un litigio que aún coleaba en la Audiencia de Canarias en 1842. Para responder de aquellas acusaciones se hipotecaron algunas tierras y bienes que se escrituraron en las notarías de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura.

Así es que, entre realidad y leyenda, se fraguó un episodio marítimo que muy pocos conocen más allá de su trascendencia en la memoria de generaciones que fueron tergiversando y desvirtuando lo sucedido, pero que no deja de tener su encanto. Quien lo quiera ficcionado, pues que llene su curiosidad con la fantasía romántica; quien abrace la base histórica, que acuda a los documentos e investigue este apasionante incidente entre un navío de guerra británico y otro de la coalición franco española.

En uno o en otro caso, el aficionado no se quedará con este capítulo, pues seguirá encontrando referencia a múltiples naufragios de buques que, por distintas circunstancias se acercaron demasiado a los bajos del norte de nuestra isla. Encontrarán casos de pescadores locales que perdieron su vida entre las olas, incapaces de ver a través de la bruma de la maresía la hogueras  con que pretendían orientarlos desde tierra, para desespero de viudas y huérfanos de Cotillo y Corralejo.

Dejamos pues nuestros apuntes amarrados a viejos topónimos de la orilla con la esperanza de que prospere la investigación histórica hasta esclarecer por completo el incidente del Mars y, sobre todo, de los supervivientes de su rival que, como sabemos, se desparramaron por los pueblos de nuestra isla, algunos con relaciones con la propia cúpula militar del regimiento de milicias. Porque en Humanidades no está todo dicho. La tecnología avanza y se pueden rastrear archivos en la distancia, convirtiéndo a muchos en “historiadores locales” de Fuerteventura. Algo se ha logrado.

ⓒ Francisco Javier Cerdeña Armas.-


lunes, 22 de abril de 2024

Topónimos y mapas que confunden su valor patrimonial

 De topónimos y mapas que confunden

En tiempos de rescate de la memoria, resulta extraño que aún se siga recurriendo a la cartografía militar de 1944, no sólo por la exactitud de su expresión gráfica, sino también por la toponimia que incorporaron. Se la toma como infalible pero, caramba, desde entonces la investigación histórica y registral de las propiedades y topónimos de nuestro entorno han ido colocando en su sitio los nombres de lugares muy anteriores al periodo de posguerra civil y segunda guerra mundial.

Las fuerzas que por aquí se desplegaron en los años de la contienda mundial fueron batallones expedicionarios procedentes de la península y, entre ellos, las personas que se emplearon por el servicio cartográfico del ejército para mapear la isla.

A día de hoy, la cartografía de portales oficiales en Canarias, sigue empeñada en acudir a aquellos mapas para, intencionadamente o no, colonizar la toponimia insular con lo que los expedicionarios de entonces reflejaron en sus vuelos, sin tener en cuenta que no siempre se acudió a las fuentes documentales como registros de la propiedad, de la oficina liquidadora y de los protocolos notariales; incluso quizás se mal entendió a los informantes isleños.

Basta como ejemplo enfocar al entorno del actual Puerto del Rosario, por ejemplo com Google Maps o con los visores de Grafcan, para darnos cuenta de que los nombres de mil novecientos cuarenta y cuatro no siempre se recogieron con exactitud, así es que no entiendo por qué se toma como fuente inquebrantable esta cartografía. Porque salvando la exactitud del dibujo y la fotografía, no sé si hoy cuadraran las descripciones de fincas escrituradas con esos mapas.

En tiempos de recuperación de la memoria cultural y la toponimia identitaria que también se recoge como patrimonio en la vigente ley canaria de 2019, no se entienden algunos cambios que han sustraído del recuerdo colectivo topónimos como los de Rosa Vila, Barranco Negrín, Barranco Risco Prieto o El Charco.

Y como una bola de nieve, los “rescatadores” actuales, basados más en la cartografía militar que en las historias registrales de las fincas y de los instrumentos de la fe pública notarial, han propagado el despropósito de desterrar topónimos que siempre acompañaron a nuestras gentes en el espacio en que vivían, para “vender” la bisoña idea de que “así constaba en los mapas del Ejército”, sin más contraste. Así vamos…


¿rediles?


Estos dislates con los actuales medios de comunicación a través de Internet, nos están abocando a la pérdida de un importante legado cultural, pues, como dijimos, la actual Ley de Patrimonio Cultural de Canarias, califica claramente la toponimia como una parte importante del patrimonio colectivo.

Algunos ejemplos que ya se propagan a través de los visores relacionados con trascendencia mundial:

  • Llanos del Negrito, desplazando al histórico Llanos de Negrín.

  • Barranco del Negrito, desplazando al Barranco de Negrín.

  • La Rosa de la Villa, postergando y tapando a la Rosa Vila.

  • Barranco Hondo, que les pareció más bonito que el centenario Risco Prieto.

  • Barranco de Las Tuneras, arrinconando al histórico Barranco de Los Pozos.

Podríamos seguir comentando pero ya resulta más que exasperante ver cómo este fenómeno está calentándose desde las propias oficinas locales de urbanismo que, muchas veces, ni siquiera se detienen en contrastar con los catálogos toponímicos sobre los que se volcó el Cabildo de Fuerteventura en la década de 1980, pateando el territorio para, precisamente, rescatar estos elementos del patrimonio histórico, cultural y etnográfico de Canarias.

Así es que no veo peor manera de alentar la desinformación y la aculturación que desterrar topónimos que acompañaron a nuestros antepasados en las inscripciones registrales de sus casas, caminos, aljibes y pozos.

Las idas y venidas de los nombres de lugar reinterpretados como si estuvieran descubriendo el mediterráneo, me parece un despropósito. Quienes se aventuran en la investigación histórica o registral de fincas y parajes lo tendrán cada vez más difícil para interpretar lo que estén estudiando. Y no sólo es por las tremendas alteraciones paisajísticas.

En fin… voy a rubricar estas líneas, pero no sé si poner “Puerto de Cabras”, “Puerto Cabras” o Puerto del Rosario; pero no sin antes invitarles a que exploren la cartografía institucional o la que aquí hemos insinuado. Y, como tarea, busquen, por ejemplo, Risco Prieto, donde se apagó la Industria de la Cal allá por la década de 1970.


lunes, 8 de abril de 2024

Paseo por la historia de la iglesia de La Antigua de Fuerteventura

 La Iglesia de  La Antigua, apuntes sobre su historia, 1565-1800.


El pueblo de Antigua, en Fuerteventura, ofrece al visitante una incipiente traza de urbanismo que, desde la plaza de la iglesia, se ha ido extendiendo hacia el naciente, cruzando la calle Real, hoy carretera Puerto del Rosario-Gran Tarajal, embellecido con nuevas construcciones que, por sus características, son únicas en la isla. Primitivamente fue un rosario de casas que se asentaban junto al barranco, mirando a ese rico palmeral que le añade un singular encanto. La riqueza de su comarca atrajo hacia sí a un creciente número de vecinos del que surgió un grupo que progresaba y que haría frente a Betancuria por conseguir un beneficio y parroquia que atendiera espiritualmente toda esta amplia zona que se extendía desde las estribaciones del macizo de la Villa hasta los confines de la Costa Ganadera y desde el Hospinal de Arriba hasta los malpaíses del Volcán de Gairía.

Iglesia de Nuestra Señora de Antigua. Foto Paco Cerdeña 1982

La amplia iglesia que hoy tiene este pueblo, de nave única y aireado campanario, no es más que el resultado de la evolución de una primitiva ermita, fundada a principios del siglo XVI, y de la cual las más antiguas noticias  consultadas datan de 1550-1565; se encontraba aislada, en la parte más batida por el viento, ya que el resto de las casas del lugar se asentaron sobre las márgenes del barranco, al sur del camino que viene de la Villa de Santa María de Betancuria. De las circunstancias que rodearon su erección nada sabemos [por ahora], lo que sí nos manifiesta el Licenciado Álvaro Gil de Acevedo en su visita de 1684, es el hecho de la aparición de la Virgen que tuvo lugar en un espino sito en las inmediaciones de lo que hoy es plaza ajardinada; el dicho espino, que fue rodeado de una alta y gruesa pared, aún permanecía cercado al tiempo de su visita, “para que dé memoria de que en dicha parte y espino fue aparecida Nuestra Señora”. Pero el recuerdo sucumbió en la centuria décimo octava, en medio del pleito por la Parroquia.
Para dar idea de la evolución de este templo hemos recogido algunas noticias de su fábrica, distribuidas en los tres siglos que acotan temporalmente nuestro trabajo, haciendo, al final, unas anotaciones referentes a su dotación económica, reflejo de la riqueza de aquella comarca.

El siglo XVI, primera versión del templo.

Con algunas obras de mantenimiento, la ermita que vemos durante la segunda mitad del siglo XVI, mantenía su original traza: de gran sencillez, se componía de capilla mayor y corto cuerpo, embrión de nave o iglesia, frente a la cual había un pequeño calvario con cruz de palo; uno y otro cuerpo se separaban mediante un arco que daba acceso al altar mayor, aislado por una reja de madera de tea; dicho arco se contrarrestó exteriormente con la “casilla del ermitaño” y con, al menos, un estribo que llegaba hasta el nivel de la nave, estribo que será sustituido en 1596 por un “pie derecho” para “impedir que sirva de subidero al tejado”. Por último, los poyos que hoy vemos al exterior de todas nuestras ermitas, se construyeron entonces en su interior, para con sus “braceletes de palo” servir de asientos.
En cuanto a los materiales empleados en las obras hay que reseñar su diversa procedencia: la piedra de mampuesto se extraía de una “laderilla riscosa” situada frente a la ermita, en el barranco; los cantos para los arcos y portada procedieron de Ajuy, habiendo constancia de que tuvo labrada una portada desde 1567, y que por la falta de oficiales no se asentó en ella hasta las primeras décadas del siglo XVII en que comenzó la reconstrucción de todo el núcleo histórico de la isla; la cal se quemaba “in situ”, siendo para su uso, mezclada con arena procedente del Puerto de Caleta de Fustes. La madera y la teja fueron traídas desde Garachico, en Tenerife, haciendo constancia de varias partidas procedentes de aquel lugar.
Por desgracia no hemos podido desvelar nombres de canteros o carpinteros que intervinieran en esta primera fábrica. Sí hemos de anotar, en cambio, que las referencias dadas por los visitadores para estas fechas, hablan de la escasez y mala calidad de los maestros canteros que hay en la isla. Aunque es arriesgado hablar de estilos en tan toscas construcciones, muy posiblemente se siguieron los cánones góticos fosilizados en la Villa de Betancuria desde la época normanda.

El siglo XVII, segunda versión del templo.

Con el nuevo siglo se plantea la necesidad de una ampliación en la ermita, el crecimiento de la población así lo exigía, y en tal sentido lo manda el licenciado visitador don Nicolás Martínez de Tejada en su visita de 24 de febrero de 1600.
Por entonces se iniciaba la reconstrucción de la Villa de Betancuria, arrasada por los piratas berberiscos en 1593, lo que atrajo a la isla a maestros de obras y canteros de fama en el archipiélago; artífices que si bien fueron traídos para la reconstrucción de la Matriz, también fueron requeridos para obras en otras ermitas de la isla, de reforma unas, de nueva fábrica otras. Luís Váez (o Báez), maestro mayor de obras, presente en Betancuria, según la doctora Carmen Fraga González entre 1580 y 1601, contrajo una obligación de obras para la ermita de Antigua en 25 de junio de 1603, ante el escribano Blas Dumpiérrez Candelaria. Más adelante, entre 1625 y 1629, aparece en dicha obra el cantero Diego Vaes (o Báez), que también trabajara, entre 1596 y 1600 en la ermita de la Mártir Santa Catalina, en Betancuria.
Dando cumplimiento a lo ordenado por Martínez de Tejada, las obras a realizar en el lugar de Antigua consistieron en el alargamiento de la ermita en “veinte pies poco más o menos, por la parte de la puerta de la dicha ermita y se haga la puerta de cantería con su arco, y por la parte del sur haga una puerta”; para su ejecución se interesa en 1603 la colaboración del maestro mayor de cantería Luís Báez, del que no sabemos si llegó a intervenir en las obras, pues no se le vuelve a citar a partir de esta fecha. En 1615 el obispo Antonio Corrionero añade al proyecto de construcción una sacristía en el lado de la epístola, ordenando asimismo que se arrasaran las viejas techumbres y se terminaran los dos arcos “que son el que está empezado en el cuerpo de la ermita y en la puerta principal, pues falta muy poco”.
Entre 1625 y 1629 trabaja en dichas obras el cantero Diego Báez, construyendo el arco de la capilla mayor, que contrarresta exteriormente con la sacristía, en el lado sur y un estribo al norte. En esas mismas fechas se levantaba la tapia o barbacana que rodeó la ermita.
Entre 1641 y 1643 se cubrió la ermita con las maderas traídas de Tenerife, y en los trabajos interviene el oficial de carpintería Miguel Hernández, siendo entonces cuando se levanta el campanario, a modo de sencilla espadaña, y se echa la torta al maderamen que se cubrirá de tejas entre 1660 y 1661. A partir de estos años, y hasta 1664, se enladrilla parcialmente la ermita con una primera remesa de 1.300 piezas, traídas en camellos desde la Villa.
Don Antonio Correa de Vasconcelos, en su visita de 29 de septiembre de 1669, considerando terminada la obra esencial de la ermita, “daba y dio licencia para que de hoy en adelante se prosiga diciendo misa en ella”. Quedaba no obstante por acabar el enlajado del patio [espacio delimitado por el muro de la barbacana y las paredes del templo] (1678), la casa del ermitaño y el cerco del espino donde “según dicen todos los viejos fue aparecida la Virgen”.
La estampa de esta segunda ermita era pues muy similar a la que hoy vemos en la pago de El Time (salvo que ésta no tiene barbacana): nave única, con capilla mayor diferenciada y separada de la iglesia por un arco de medio punto, contrarrestado por una sacristía en el lado sur y un estribo al norte, dos puertas, la principal y la de la epístola, campanario en sencilla espadaña, rematando su fachada. Barbacana alrededor de la ermita, conteniendo asimismo la casa del ermitaño y cerco del espino de la aparición.

El siglo XVIII. Tercera versión del templo: el empujón por la parroquia.

Durante este siglo el pueblo siguió en auge, la productividad aumenta y se experimenta un considerable aumento de su población frente al continuo despoblamiento de Betancuria, originándose en esta centuria una “tensión entre ambas que dará lugar a una batalla entre el grupo minoritario de personas importantes con mentalidad tradicional y conservadora, acaparadores de los puestos superiores de la administración, la milicia, y justicia, que se abroquelan en la capitalidad de la Villa donde residían, frente a un nuevo sector, dentro de la pobreza general de la isla, que progresaba y había adquirido conciencia de su importancia”, el de Antigua. La lucha se centra, por parte de los antiqueños, en el desmembramiento de los dos beneficios que detentaba la Villa desde 1533, tratando de hacer residir a uno de ellos en Antigua. Un conflicto que iniciado desde 1783, no finalizaría hasta 1792, con una reestructuración de jurisdicciones parroquiales llevada a cabo por el obispo Martínez de la Plaza y reformado por Tavira, según el cual se erigía en beneficio y parroquia a la iglesia de Antigua, juntamente con las de Casillas del Ángel y Tuineje.
El rango apetecido por los vecinos para su iglesia justificó el esfuerzo en hacer un templo digno y capaz, dotándolo de bella cantería roja de Montaña Bermeja. Desde 1757, y según se desprende de la visita del licenciado don Juan Domínguez Izquierdo, ya estaba “concluida de paredes la nueva fábrica”, iglesia que por la grandeza y suntuosidad de sus volúmenes, enorgullecía a la población, anotando el prelado ser “muy capaz y de la más decente fábrica de las que hay en la isla”.
Las obras, de las que apenas hemos podido recoger noticia, se concluían alboreando el siglo XIX, con la colocación de losas y vidrios. En la última década de la centuria anterior se construía el sagrario, posiblemente siguiendo el plan de la mayordomía trazado desde mayo de 1784, el retablo del altar mayor, en caliza, cuyo costo de hechura ascendió a “7.945 reales y 17 maravedíes, más 4.184 reales y 18 maravedíes y medio del oro, que fueron 45 libras, y jornales del pintor en dorar el sagrario, urna, nicho de Nuestra Señora, pintar el retablo, camarín, andas y trono”, obras estas últimas en las que pudo intervenir el oficial Domingo Romero Medina, “tallista de lo mejor de Tenerife” que por entonces trabajaba en la Villa de Santa María de Betancuria, y que nos consta, hizo por tales fechas el retablo de San Roque, en su ermita de Casillas de Morales.
El retablo de San José de este nuevo templo de Antigua, se levantaría en 1832, con maderas traídas de las ermitas de Las Pocetas y Agua de Bueyes, y se erigió siguiendo el testamento de doña Ángela de Armas, otorgado en dos de enero de 1767, y cuyo patronato aprobó el obispo Servera, ordenado al patrono que fuere que “concluida que sea la ermita se construya el altar referido y en él coloque la imagen de San José que está en la ermita vieja, o el cuadro que en el testamento se enuncia”.
La iglesia estaba concluida, la grandeza de su arquitectura ennobleció a un pueblo que celebraba su recién nacida parroquia más tarde sede arciprestal de la isla. Lástima que no llegaran hasta nosotros la inmensa cantidad de cuadros e imágenes con que contó la antigua ermita en su segunda versión, hasta 1750 (El de los Reyes Magos, Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, el Rey don Fernando, Adán y Eva…) que enriquecerían sobremanera el patrimonio de un pueblo de tan singular belleza como es el que nos ocupa, en el mismo centro de Fuerteventura.

La dotación económica de la mayordomía.

Durante estos siglos los más importantes ingresos de la mayordomía proceden de los bienes raíces, numerosos sitios, en 1720 se contaron 18 en la Vega de Antigua, junto a algunas fanegadas de tierras de pan sembrar en el Lomo Vicente, Cañadas y El Obispo, dadas a tributo perpetuo. Los ganados de la ermita, marcados con “dos cuchilladas en la una oreja por detrás y en la otra un teberite junto al casco”, constituyeron otra importante fuente de ingresos desde los primeros momentos: en 1565 llegó a contar con 400 ovejas de “trasquila”, más las crías del año, y 200 cabras entre salvajes y mansas, asimismo con algunas reses mayores de labor. Tan grandes rebaños se soltaban en La Torre, Malpaís de Goma y Pozo Negro, donde periódicamente se efectuaban las apañadas cerrándose las fuentes para marcar las nuevas crías, y sacándose los ganados de “sises” que eran vendidos o sacrificados.
Las cantidades obtenidas de las ventas de lana, carne, cueros, tocinetas, cabritos, granos, etc., junto a los frecuentes préstamos a la parroquial matriz de Betancuria, testimonian durante varios siglos la riqueza e importancia de esta mayordomía y comarca de La Antigua donde, hasta el obispo Frías en el siglo XV tenía algunos asientos de casa.

[Basado en nuestro artículo publicado en el periódico La Provincia el 14 diciembre de 1982, p.25]

lunes, 12 de febrero de 2024

Paseo por el Puerto de Cabras que vio Unamuno en 1924

 Recuerdos del Puerto de Cabras que vio Unamuno hace 100 años.


Hoy hablaremos de un entorno histórico de Puerto de Cabras que se nos antoja coqueto y entrañable a través de los recuerdos de quienes por aquí vivimos.

La Plaza de España es uno de esos rincones de Puerto del Rosario que, siendo un solar público municipal, se ha diluido en una larga cadena de despropósitos.

Si mirásemos a su origen encontraríamos un sobrante de los viales que iban conformando la ciudad, aprovechándose como un echadero o fuchadero de camellos, muy cerca del embarcadero, a tiro de piedra del muelle municipal de Puerto de Cabras; un malecón  que siendo construido en la década de 1890, aún recordamos y recordaremos como “el muelle chico”.


Puerto de Cabras veinte años después del destierro de Unamuno.


Podemos ver imágenes de la zona a través de la fotografía histórica, en cuya temática hay muchas y variadas vistas de la calle Ramón Fernández Castañeyra, de norte a sur y de sur a norte, ofreciendo perspectivas de lo que fue uno de los centros neurálgicos de la que hoy es ciudad capital de Fuerteventura. Porque hay fotos de la visita del primer gobernador civil, de la espera del General Primo de Rivera, que no se atrevió a venir, y de Unamuno en la terraza del Casino el Porvenir, del Consistorio municipal y cabildicio, de la casa de don Ramón Castañeyra Schamán con su tertulia…

Y desde aquel “balcón”, antes de estar construida la plaza que nos ocupa, los tertulianos de aquel ateneo podían mirar al mar; la curva del camino de acceso a la Explanada, los viejos almacenes que había sobre el marisco, al sur de la playita del muelle, del malecón y de los barquillos.

Levantando la mirada verían la bahía plagada de veleros y vapores fondeados; se notaría un ir y venir de barcazas y lanchas del servicio portuario, porque la mayoría de aquellos buques no podían arrimarse al muellito, había tan poco calado que los lanchones se acercaban a las amuras de los barcos a recoger y llevar carga y pasaje.

Mirando aquel trasiego en la bahía, nos imaginamos al ilustre confinado esperando a sus contertulios; unos días atrás había desembarcado él mismo del correíllo La Palma, accediendo al lanchón que lo acercó a la escalinata, seguramente en el mismo recorrido que compartió con Rodrigo Soriano y con el policía que los acompañaría en su “fructífero destierro”.

Puerto de Cabras se desperezaba cansado, como lo había hecho, día tras días, desde que hacía seis meses, los militares presidían las instituciones. El hotel de don Paco Medina, la iglesia sin torre, las calles empedradas unas, sin pavimentar otras, que los adoquines sólo se veían en la Explanada y en el muellito municipal. Los camellos ya se iban acostumbrando a encontrarse con vehículos automóviles como el taxi de don Juan Pérez Medina o el del indiano sureño don Matías López…

Durante aquella visita de hace cien años, Puerto de Cabras era un villorrio que no paraba de crecer pero que, a duras penas, rondaría los 1.000 habitantes. En los instantes de aquel confinamiento ya estaba escrita parte de su historia: se desgranaban sus capítulos en las tertulias que el ateneo portuense celebraba desde las últimas décadas del XIX; con la pluma de algunos visitantes ilustres había sido editada y hasta el periódico La Aurora (1900-1906) la había difundido en sus páginas…

Cuando llegaron el ex rector salmantino y el periodista Soriano, guarnecía la plaza el Batallón Cazadores de Fuerteventura 22, con su compañía de ametralladoras y la comandancia militar en la calle León y Castillo; había guardia civil alojada en una casa de la calle de La Marina, frente al cuartel de la tropa de aquel batallón. El cabildo y el ayuntamiento compartían sede, acera y terraza con el Casino, la Ayudantía de Marina y la casa de Castañeyra, donde se encontraba la mejor biblioteca de la isla.

La administración dictatorial, además de atacar a quien pensara diferente, había aprobado una legislación que repercutirá también en la paz institucional de Fuerteventura.

Unos meses antes de la llegada de los “ilustres visitantes”, habían empezado los tiras y aflojas entre Puerto de Cabras y Casillas del Ángel, entre Puerto de Cabras y Tetir, ante un proyecto con el que la institución capitalina aspiraba absorber a los municipios rurales aledaños.

El Estatuto Municipal fue el cauce elegido para presionar sobre Tetir y arrinconar a Casillas con el estrangulamiento y la insumisión fiscal promovidos desde Puerto de Cabras. Algo, efectivamente, estaba cambiando y se hicieron cábalas con redistribuir la isla en tres grandes jurisdicciones municipales…

Extinguir municipios, confinar contestaciones a la política gubernamental, venían a ser la misma cosa en tiempos de aquella primera dictadura del siglo XX. La perspectiva temporal así lo ha confirmado.

Apenas siete días antes de la llegada de Unamuno y Soriano habían desembarcado en Puerto de Cabras una veintena de guardias civiles; no sabemos si esperando o aguardando cuestiones más graves derivadas de la insumisión fiscal sobre Casillas y Tetir, porque aquellos -ya lo vimos- eran tiempos de reajustes jurisdiccionales en la isla, y no siempre fueron pacíficos…

Total que cuando los confinados del centenario se sentaban al amor de la tertulia, ya habían por aquí veintitrés miembros de la Benemérita, incluidas las tres parejas que ya nos acompañaban desde 1898.

La vida seguía con sus baretos y tiendas y, allá en la calle del Puente, la Notaría y el Registro de la Propiedad y la mejor casa de comidas de Fuerteventura, que regentara en su día doña Benigna Pérez Alonso, el hostal la Tinerfeña.

En días de correíllo, el bocinazo de llegada o salida ponía en marcha aquel puertito en el que, 28 años antes, se había recibido a quien había estampado su real firma en el Decreto de Confinamiento de los que hoy nos ocupan. Nada que decir del general presidente del directorio militar que no quiso venir, años después, a Fuerteventura.

Hermosas fincas rodeaban Puerto de Cabras: eran las rozas que constituían el cinturón verde de la naciente ciudad: Roza de don Bernabé, Roza de Fabelo, Roza del Viejo…Roza de los Pozos o de don Secundino. Por el camino del Matorral que atravesaba ésta última, transitaría Unamuno en su paseo hasta Playa Blanca, donde, en lo alto de la “Canterita Blanca” se sentaba a meditar; no sabemos si lo hacía en la Jurisdicción de Casillas o en la de Puerto de Cabras, que allí se encontraban.

Y volvemos a la acera del casino, del ayuntamiento-cabildo y de la casa de don Ramón, entre las calles Fuerteventura, al sur, y Virgen del Rosario, al norte. Nos sentamos de espaldas a tan ilustres edificios y, con los contertulios miramos el mar, el muelle, la bahía…

Y allí delante, aún no estaba la plaza, un rinconcito que sería construido casi cuarenta años después en el solar que donará el amigo de Unamuno al Ayuntamiento; aquel inmueble con el que mercadearon los munícipes en la década de 1970 para convertirlo en el desastre que es hoy aquel punto de la ciudad.

No me extrañaría que a Castañeyra le hubiese gustado dar el nombre de don Miguel a aquella placita de Puerto de Cabras/Puerto del Rosario… ¡Quién sabe! un centenario podría dar para mucho. También para recrear los aconteceres de la Fuerteventura que acogió a nuestros ilustres visitantes.


© Francisco Javier Cerdeña Armas/ Cuaderno de Puerto de Cabras.


miércoles, 7 de febrero de 2024

Despertar en Puerto de Cabras

 Nuestra ciudad es nueva. Apenas bicentenaria. Hay quien dice que aún es menor... Pero ¿Qué más da si son quince o veinte años más o menos?

Algunos hacen cábalas y consultando secretamente los viejos documentos escritos, hurtados a la mayoría por extravíos o incendios, pregonan las inexactitudes de quienes se han esforzado en "recrear" el origen de este lugar, en dar nombre a sus primeros vecinos y en dar algo de luz a las razones o causas que los reunió en este punto de la costa de Fuerteventura.

Pasear por nuestra ciudad es, hoy por hoy, un placer, encanto para los sentidos: paseos, avenidas, reconstrucciones y nuevas arquitecturas no logran desdibujar, en cambio, lo que yo siento cuando pateo por sus calles.

Amanecer en Puerto de Cabras. Cuaderno de Puerto de Cabras

Es cierto que el bullicio de una localidad que crece, muchas veces con claros tintes desarrollistas (todo hay que decirlo), no nos permite escuchar los ecos de nuestros pasos, ¡faltaría más!. La realidad se impone... Pero ese ruido no logra apagar sentimientos, recuerdos, añoranzas... Aquí hay algo que nos trae el propio mar que baña sus orillas, desde Punta Gavioto a Playa Blanca.

Un olor a mar antiguo nos da en la cara. El salitre y las "sebas" acumuladas ocasionalmente en las playas que antaño la orillaban, aquellos rincones en que jugaba la chiquillería y donde los  barquillos marineros descansaban.

Hoy se me antoja que vivimos una tregua con el mar que nos acompaña, que nos acompañó siempre. Pero ya no se escuchan las olas retumbando en los riscos de la orilla, como lo hicieron desde la noche de los tiempos. La mar descansa y, en su ir y venir, acaricia los pies de una población que se atrevió a desafiarla.

Aquellas casas que se arrimaron a la ribera de antaño, hoy están resguardadas por nuevos diseños urbanísticos. Casi podríamos decir que el mar se despereza muchas veces con su aliento salino y que abre en nuestra memoria el recuerdo de viejos temporales, de viejos naufragios, de viejas estampas donde el hombre no podía más admirarlo y otros, con más suerte, fotografiarlo.

Fue así con el Muelle Chico y las continuas embestidas que se prodigaron en un diálogo mucho más airado que el que hoy vemos entre el mar y la ciudad. Entonces casi discutían ambos.

Hoy las calles que pese a sus nuevos edificios, siguen igual de estrechas, se empeñan en agasajar al visitante con recoletos paseos, donde todos, alguna vez, nos perdemos. ¡Hasta aquí llega mi añoranza!

Una magua que se reactiva con algunos vestigios de antaño. Elementos que se suman al recuerdo, que exhiben sus estampas: la iglesia, alguna que otra casona, las sedes institucionales, el cementerio, los hornos, las gavias... Pero también barrancos y "tableros" que fueron el sustrato de la ciudad...

Intento reconcentrarme y la mirada se me escapa hacia las esculturas y los nombres de sus calles para entretenerse como cualquier paseante, sin prisas. Allí está escrita su historia y sus elementos nos muestran la sensibilidad con el arte que se nos muestra al aire libre...

Y el que quiera más calma, también dispone de bibliotecas, auditorios y salas de exposiciones... rincones donde se muestran y atesoran los elementos identitarios, la creación artística y literaria y el esfuerzo por difundir su riqueza inmaterial y su memoria colectiva.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Capilla, oratorio... el primer lugar de culto en Puerto de Cabras

El primer espacio destinado al culto en Puerto de Cabras se abrió con licencia eclesiástica en 1812.

La Junta Vecinal para construcción de una iglesia se conformó con habilitar un local en la calle de La Marina, junto al camino de La Oliva, donde no estorbase a las labores mercantiles de este grupo de promotores de nuestra ciudad.

Tal y como se hizo tradicionalmente cuando los vecinos promovían un templo en nuestra isla, lo pensaron en un local -eran comerciantes fundamentalmente- desocupado y alejado del trasiego del embarcadero, donde, en definitiva, no molestase las labores económicas de la zona; conviene recordar que algunas de nuestras ermitas en Fuerteventura, cuentan con barbacana o muro almenado para evitar que el ganado se acercara a las paredes del templo. Con el tiempo estos templos se fueron incorporando a la trama urbana de los distintos caseríos y pagos.

Aquí, en Puerto de Cabras, nuestros pioneros, constituidos en juntas para conseguir los elementos definitorios de una población, la de la iglesia alquiló aquel local que, como decimos, estaría por aquellas fechas alejado del núcleo histórico de la ciudad, lo suficiente para no entorpecer las labores de carga y descargas de los barquillos, de los camellos, del embarcadero.

Aparte de la ficción de Martínez Encinas sobre el control de acceso a la misa, separando a las que llamaba "cosqueras" de las personas "principales", solo sabemos que el santuario estaba ubicado en el conocido como barrio norte, a la margen del barranco de Puerto de Cabras, junto al camino de La Oliva, frente a la bifurcación del sendero que conducía a El Charco, sobre el pequeño acantilado, en lo que luego fuera calle Nueva y, más tarde, de Juan Domínguez Peña; allí estaba el "fuchadero" de los camellos que traían las mercancías por aquellas calles.

Así es que lo que algunos llaman "ermita" estaba efectivamente y como señaló Inma de Armas en su pregón de 2005, cerca de un estacionamiento de camellos. Pero no el próximo a la desembocadura del barranco, junto a la playa; allí, como decimos, resultaría crudo compaginar la actividad mercantil y la religiosa.

Tampoco estaba próxima al "fuchadero" de camellos que estaba junto al camino de Casillas, delante de la casona de Diego Miller, donde estaba la Plaza España desde 1939 a 1970, aproximadamente. Tampoco apuntan las fuentes a que estuviera en la cuesta de la Calle Real, hoy de León y Castillo.

No. Nuestra primera capilla o santuario estuvo donde aún se conserva: en la calle de La Marina, hoy del Gobernador García Hernández, tal y como lo gestionaron desde aquella lejana Junta Vecinal que siguió adelante en su empeño por lograr un templo con arquitectura religiosa típica y con vocación de convertirlo en parroquia independiente de Tetir, algo que les costó mucho más que la segregación político administrativa de la Vega tetireña.

Felices momentos los que vivimos si se logra rescatar este inmueble como patrimonio histórico de la ciudad, tal y como se anuncia últimamente; una idea que compartía el malogrado Elías Rodríguez o doña Elsa Nieves, estamos en la buena línea.

Primitiva imagen de la Virgen del Rosario conservada en la sacristía de la actual iglesia parroquial. Desconocemos si es la primera. (Foto Paco Cerdeña, Cuaderno de Puerto de Cabras)

Licencia:
"Junio 4 de 1812.- ... En vista a lo que se nos expone en el memorial que antecede y de lo informado en su apoyo por nuestro Vicario de la isla de Fuerteventura, concedemos a éste facultad para reconociendo, acompañado de notario, la sala que tienen preparada los vecinos del Puerto de Cabras, para que les sirva interinamente de oratorio público por los justos motivos que exponen, y hallándola con la decencia correspondiente de todo uso común doméstico, y adornarla, completamente de ornamento y vasos sagrados, ponga su aprobación, precediendo ésta el que los vecinos se obliguen con la formalidad necesaria a la dotación del capellán y a los reparos y demás necesario a dicho oratorio, y en este caso, usando de nuestras facultades en bien espiritual del mencionado vecindario, concedemos licencia para que en el referido oratorio se pueda celebrar el santo sacrificio de la misa, y cumplir con el precepto en los domingos y días festivos todos los vecinos del dicho Puerto y demás personas que residan o aporten a él; con tal que en nada se perjudique el derecho parroquial; y esta gracia valga solamente por tres años precisos, dentro de los cuales los referidos vecinos habrán de realizar una ermita capaz con la dotación y escritura correspondiente para el capellán y aseo y conservación de ella.- Díjolo Su Ilustrísima el Obispo mi señor que firmó, doy fe.- Manuel Obispo de Canarias.- Por mandato de Su Ilustrísima el Obispo mi Señor, Licenciado Santiago Verdugo, secretario."

Escritura de dotación
Fue otorgada en Puerto de Cabras, isla de Fuerteventura, el 5 de septiembre de 1812, ante el escribano Francisco García, y la firmaron por sí y por los que no supieron firmar: Diego Miller, Cristóbal Molina, Manuel Martos, José Francisco Velázquez, Fernando Mesa, Antonio Borges, Miguel Jayme, Ginés de Cabrera, Blas González y Sebastián Acosta.



jueves, 19 de enero de 2023

Santa Inés 2023

Recordando una vieja costumbre: El sorteo de diputados regidores del cabildo de Betancuria en Valle de Santa Inés

Pues ya estamos en la fiesta más fría de Fuerteventura, la primera del año, después la de Fray Andrés y de la de San Sebastián; pero éste último, conviene recordarlo, ya no tiene templo, lo destruyeron en Vega de Río Palmas en la década de 1950-60.

Así es que ¡para el Valle!, tal y como lo hicieron en los siglos XVI y XVII los miembros del ayuntamiento insular de Betancuria para sortear dos de sus cargos de regidores, cuyo ejercicio duraba un año, de fiesta a fiesta. Por eso se les conocía como "regidores cadañeros" y se ocupaban, entre otras muchas cosas, de regular las apañadas y garañonadas.

Por aquellos tiempos el viejo cabildo había convenido en deslindar las áreas jurisdiccionales en que los cadañeros debían ejercer sus funciones: y se imaginaron una línea que iría desde el puerto de La Torre al de la Peña, de costa a costa, de sotavento a barlovento, respectivamente. La raya, hoy difusa, pudo tener una expresión física mediante pared sobre el terreno. En todo caso hay vestigios que nos hablan de aquella posible estructura de piedra seca trepando por la ladera noreste del Morro Velosa, a dar precisamente a los corrales de Guise y, desde allí, por el Morro de la Cruz y los filos hasta el mar del norte.


Miremos ahora a las esculturas de la degollada de Guise, junto al camino del Otro Valle a Betancuria o viceversa, no lejos del descansadero de los muertos. El escultor Emiliano ejecutó el encargo de este conjunto, interpretando el punto de unión o confín de las respectivas comarcas de Guise y Ayose, que son los personajes allí representados.

Volvamos con esa imagen en la retina por el camino de Santa Inés, acerquémonos a la ermita, supongamos que es el día de la mártir, que las puertas están abiertas y que, poco a poco, la gente se va concentrando y buscando el soco en el remanso de aire quieto que forma la nave y la sacristía, donde, además, la hornacina del estribo de ese lado, recuerda que allí se celebraría la escenificación del sorteo de los regidores de las comarcas de Guise y de Ayose.

La imagen de los colosos que veíamos en la Montaña como homenaje a los reyes de la vieja Maxorata, deviene en sendos personaje cuyos nombres se pronunciarán en voz alta después de la función religiosa y del sorteo. Con asistencia de vecinos de toda la isla se iba a a desarrollar un acto que preferimos contar en palabras del escribano del cabildo de Betancuria. Pongamos que sea el 21 de enero, pero de 1609; veamos qué y cómo nos lo narra en los papeles de la institución de la mano de sus transcriptores, Roberto Roldán y Candelaria Delgado; en extracto dice así:

En Fuerteventura, en 21 de enero de 1609, estando en la iglesia de Santa Inés, que es en donde dicen El Otro Valle, estando presente el capitán Luis de León Sanabria, gobernador, y el alférez Juan de León Betancor (¿?), y el maestre de campo Blas Martín Armas y Melchor de Armas, regidores, ante mí el escribano... para elegir y nombrar regidores diputados cadañeros que salgan por suerte... señalaron [tres nombres para la parte de Guise y otros tres para la parte de Ayose] para que el que saliere por suerte de una y otra parte ejerzan el tal oficio de regidores diputados... y habiendo escrito los [seis nombres], cada uno en su cedulita con otras tantas en blanco, se metieron en un canjilón adonde se removieron bien y fue llamado un niño [de nombre] Sebastián y le fue mandado meter la mano dentro... y sacara una cedulita... [después de una cédula en blanco] sacó del dicho canjilón otra cédula en la que salió escrito el nombre de Baltasar Betancor, por regidor de la parte de Guise. Y luego... volvió a meter la mano y... [después de dos cédulas en blanco] sacó otra cédula en la que salió escrito el nombre de Marcos Perdomo Cabrera, regidor de la parte de Ayose, de lo cual yo el escribano doy fe...

Hecho el sorteo y proclamados regidores cadañeros se les llamó para que tomaran posesión y jurasen el cargo que debían desempeñar hasta enero de 1610. Así fue con Marcos Perdomo, que estaba presente y al que el alguacil buscó entre la concurrencia; Baltasar Betancor, que no estaba en el acto, se le hizo llegar la orden de que compareciera a la Villa al día siguiente, para jurar y posesionarse de su diputación.

Cuenta la historia que así aconteció hasta mediados del siglo XVII en que el proceso y los cargos desaparecieron, como las propias jurisdicciones, que cayeron en desuso al erigirse las nuevas parroquias en Pájara y en La Oliva pues las comarcas de Guise y Ayose que, a efectos administrativos, recuerdan a dos pedanías de la Villa, entraron en desuso a partir de la primera década del siglo XVIII.

Al caer la tarde, con los recuerdos de esta elección, regresamos en nuestro imaginario viaje hasta el tiempo presente y, desde la emoción de lo evocado, me reafirmo en que quizás no se tan descabellado organizar, como parte de nuestras fiestas y de  recreación de nuestra historia, una teatralización en el entorno de la ermita, donde se recojan episodios como este que ya en la década de 1960 destacó Roberto Roldán, logrando que en la fachada del templo se colocase una lápida de mármol recordando que aquí, durante los siglos XVI y XVII, se realizaba el sorteo para elegir a los diputados que administrasen las dos comarcas en que se dividía Maxorata, dejando aparte la privativa península de Jandía, en manos de los administradores del Señorío que fue.