Desde tiempo inmemorial el agua se vierte
tímidamente en el callejero de Puerto del Rosario; digo bien: en el callejero. Porque
en la relación de calles y vías de la ciudad nos encontramos pocas referencias
que, directa o indirectamente, remiten al fluido elemento que tanto ocupó y
preocupó a los munícipes desde los orígenes de la población.
Al principio, cuando se abrían camino los
primeros pobladores que buscaban un hueco en el que levantar las cuatro paredes
de su cuarto, iban orillando la marea hasta el barranco cercano al actual Estadio,
donde se encontraban los dos únicos pozos públicos usados para la bebida. Allí
mitigaban la sed en los hoyos que alguien practicó junto al lecho de aquel
cauce, seguramente recordando a los viejos que contaban que los aborígenes
buscaban el agua bajo las arenas de los barrancos, cavando un pequeño agujero
al que llamaban “ere”.
Y ellos, como colonos en tierra de promisión,
obraron los dos pozos con paredes de piedra seca para impedir el acceso al
ganado y facilitar a sus convecinos el guindar con sus baldes de la forma más
cómoda.
De aquella hazaña nos quedó el topónimo:
“Barranco de Los Pozos”. Y del trasiego en busca del agua de bebida el rótulo
de “Carretera de Los Pozos”, que no era más que el camino de El Matorral en su
tramo, digamos costero…. Por extensión los habitantes actuales de aquel entorno
han hecho suyo el nombre del barrio que también llaman “de Los Pozos”; el
propio estadio municipal lleva este
nombre basado en las mismas circunstancias (Lo del origen del barrio Negrín y
su festividad de San Juan es otra cosa, digamos más reciente y del que
hablaremos en otra ocasión).
Canalización del Barranco de Puerto de Cabras, ya conocido como del Pilón, en la década de 1970. [foto aportada por Paco Cerdeña]. |
Y de las filtraciones a las escorrentías. Mirando
el Puerto a vista de pájaro, a nadie se le escapa que la configuración
topográfica de la ciudad recibe en el propio perímetro urbano dos barrancos de
regulares proporciones: el ya mencionado de Los Pozos y el de Puerto de Cabras,
más tarde del Pilón; y entre ellos el Barranquillo de la Miel , que absorbía el
sobrante de La Rosa Felipe
para discurrir por delante del viejo cementerio y desembocar junto a la Hoya del Inglés, en la que
hoy se conoce como Playa Chica.
Y cuando las lluvias hacen acto de presencia
y las nubes se derraman sobre la
Cuesta de Perico y Las Atalayas, sobre el Valle de Jaifa o
sobre Zurita, el agua, desbocada, se abre paso hasta la marea tiñéndola de
canelo en una explosión cromática que se extiende por el norte hasta La Caleta y por el sur hasta
el Callao de los Pozos.
Este último discurso de las aguas lo
apreciaron aquellos antepasados y, para su aprovechamiento, tejieron una red de
caños, “alcogidas” o canalizaciones con el propósito de saciar la sed de sus
aljibes, gavias y nateros. Desde Risco Prieto uno de los más grandes acueductos
metía el agua hasta El Tablero cercano a las Siete Gavias, en las inmediaciones
de la actual Casa Parroquial, donde se encontraba con la conducción que llegaba
desde el pilón construido en el barranco de Puerto de Cabras. Allí estaba la
coladera del pueblo que redistribuía el fruto de la lluvia hasta las rosas y los
aljibes de la ciudad a través de dos canales subterráneos que vertían el
sobrante en la Playa
de Las “Escuevas” y en la Playa
del Muelle Chico.
Toda aquella ingeniería hidráulica aún se
conserva en el subsuelo de la ciudad. Todas las viviendas antiguas tienen su
depósito subterráneo, su coladera y sus desagües.
La calle “Barranco Pilón”, paralela al cauce
del mismo nombre y que comienza a desaparecer bajo la urbanización de la ciudad,
cuelga su rótulo de homenaje al esfuerzo de aquellas generaciones que nos
precedieron en su lucha por el aprovechamiento de las aguas: la construcción de
un pilón en el curso medio bajo del Barranco de Puerto de Cabras.
Aquí se bebía de esta manera, aprovechando
unos recursos limitados para una población reducida. Mientras fue así, el
equilibrio se mantuvo.
Lo complicado les llegó cuando a raíz de la
reestructuración militar de finales del siglo XIX los aljibes no daban
abasto para casi doscientos soldados que se destinaron a guarnecer
Fuerteventura, instalándose en Puerto de Cabras en sendos acuartelamientos de
las calles León y Castillo y La
Marina , luego calle García Hernández.
Aljibe y corrales de la Rosa de don Bernabé Felipe, en la década de 1970. [Foto de los programas de fiesta del Rosario] |
Cuando escaseaban las lluvias que solían
llenar los aljibes, se producía el grito sediento que llegaba a los
pronunciamientos corporativos del Ayuntamiento y desde allí lo dirigían a las
alcaldías de Las Palmas de Gran Canaria o de Santa Cruz de Tenerife. Pedían el
envío de agua en la panza de los Correíllos, como así se hizo en las décadas de
1920 y 1930, en que se construyó la
Charca y la fuente de La Explanada. Aquellos buques correos continúan navegando
con estos recuerdos en el callejero de Puerto Lajas.
Y aquel procedimiento de transporte de agua
se volvió a retomar en las décadas de 1950 y 1960, con los buques aljibe de la Armada que ya contaban con
línea de atraque en el muelle de Puerto del Rosario, a cuyos barcos se arrimaban
las cubas del ejército y los chiquillos con sus latitas para recoger las gotas
que unos bienintencionados reclutas consentían aflojando la mordaza de las
mangueras. De otra forma no se explicaría la presencia en nuestro callejero del
rótulo de la “calle Almirante Lallemand”, como homenaje al Vicealmirante don
Luís Lallemand Menacho, que por entonces era Jefe de la
Base Naval de Canarias.
Y ¡quién se lo iba a decir a nuestros
antepasados!, también el medio por el que navegaban aquellos buques correos y
aljibes, podía desalarse. La potabilización de agua de mar comenzaría en la
década de 1970 la producción que hoy garantiza el bienestar de los casi cien
mil habitantes de la isla desde las Salinas del Viejo.
Arrinconados quedaron los “aguadores”
simbolizados en la figura que nuestro Parque Escultórico levantó en las
inmediaciones del desaparecido depósito regulador de nuestra ciudad, y en el
callejero del barrio de Majada de Marcial pregonan una de las formas usadas
para trasladar el agua en la historia reciente de Puerto de Cabras. Y con ellos
los carreteros, que también se ocuparon en el transporte del agua a los
distintos aljibes de la población, cargando en sus carros los bidones que
servían de cisternas portátiles.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas
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