martes, 1 de octubre de 2013

En la festividad de Nuestra Señora del Rosario, 1958

La festividad del Rosario y su historia, según Juan José Felipe Lima

Este que reproducimos, después de los acercamientos de Ramón Fernández Castañeyra, constituye otro de los textos sobre la historia del municipio que debemos tener en cuenta; sobre todo porque es un secretario municipal, en su papel de cronista y corresponsal del diario Falange, quien nos la ofrece en el año 1958 [igual que Cándido Sánchez, otro secretario que cien años antes, había hecho una memoria del pueblo a través de las vicisitudes de su templo].
Claro que, por ejemplo, atribuye al primer párroco el empeño por la parroquia, cuestión que, desde nuestra perspectiva actual y a la vista de la documentación consultada, no fue así: la parroquia fue aspirada y por ella se luchó desde los primeros acuerdos corporativos de 1835, y aún antes, desde la licencia que obtuvieron los de Puerto de Cabras para erigir ermita dependiente de la matriz de Tetir, a la que entonces pertenecían. Lo que de verdad sigue sorprendiendo es el papel de este teólogo y filósofo krausista en Fuerteventura, junto a otros repatriados de las últimas colonias españolas en Hispanoamérica… Y nada dice de las obras de la iglesia, aunque aporta otro dato esclarecedor sobre la historia de nuestro templo, al comentar que el local que se habilitó como capilla aún estaba en pie en la calle García Hernández y –digo más-, a día de hoy, octubre de 2013, aún está en pie dicho local. Cuestiones a valorar y ponderar rastreando los especiales dedicados a nuestra festividad en la prensa y el pregón de Inmaculada de Armas, que aporta algún dato sobre solares limítrofes a la primera ermita del puerto en la calle de La Marina.
Demos pues la palabra al Cronista de antaño, aquel a quien dedicáramos una semblanza biográfica con motivo de la Feria del Libro de Fuerteventura en 2009, vale la pena escucharle:

Procesión sobre el empedrado de la calle León y Castillo en la década de 1950. [La foto pertenece al bloc "Etnografía de Fuerteventura", dirigido por Roberto Hernández Bautista].

 “Una mirada a la iglesia de Puerto del Rosario y otra a los datos estadísticos que pregonan la existencia de más de tres mil almas, me llevan de la mano a recordar detalles: porque el templo resulta manifiestamente insuficiente.
“Puerto del Rosario es un pueblo joven. Administrativamente se incorporó a la historia en el año 1835. Recordamos haber leído viejas crónicas que nos hablan de agrias disputas entre el Alcalde Mayor, que entonces radicaba en Antigua, y el Delgado Gubernativo. Hubo dimes y diretes a propósito del nombramiento del primer regidor municipal del nuevo pueblo y, después de una reñida disputa, el Gobernador Civil de la Provincia de Canarias, ante el Secretario, don Mariano Cadenas y Castro, decretó el nombramiento para alcalde real, a favor de Lázaro Rugama. Ante esto, cesó el debate de política localista y, en uno de febrero del mismo 1835 quedó constituido, por vez primera el ayuntamiento de lo que entonces se llamaba Puerto de Cabras, con la denominación de “Puerto principal”.
Poco, en realidad, se exigía entonces para convertir en municipio a un pueblo. Y es posible que tuvieran razón, pero hoy, en que el Gobierno se muestra mucho más exigente [No digamos en la etapa actual, donde se aspira a disolver las entidades locales que no lleguen a cierto número de habitantes], no nos parece así, porque, para que un pueblo aspire a la mayoría de edad que da el administrarse por sí sólo, lo menos que puede pedirse es que cuente con elementos, no ya de riqueza y población –que el Puerto entonces no tenía ni remotamente-, sino también de orden espiritual. Y hemos de recordar que, hasta muchos años más tarde no hubo ni una pobre ermita. Sin embargo, dieron en el clavo los promotores de aquella campaña, porque el tiempo, las personas y las circunstancias, han permitido el resto. Y así nació el nuevo pueblo que, de modesto barrio de Tetir, pasó a convertirse, a partir de 1912, en capitalidad de la isla. Pero… vayamos con calma.
Estábamos en 1835. El flamante ayuntamiento había quedado constituido y da gusto ver el primer padrón de vecinos. Mi compañero de entonces, Juan Pedro de Alba [natural de Santa Cruz de Tenerife, fue primer secretario y ejerció también de maestro de escuela], fiel de fechos (o secretario de la corporación), era hombre de recursos y “fiel” a ellos, consiguió elaborar un voluminoso “Padrón vecinal” con poco más de cien vecinos. Daría algo por conocer el nervio de los ciudadanos que entonces tenía nuestro pueblo que, apenas independizado, acometió la imponente tarea de elaborar su plano de urbanización, con tanta ambición y fe en el futuro que las sucesivas generaciones no han podido tener nada que objetar, ni a la anchura de sus calles ni a su genial distribución. Cualquiera que llegue a Puerto del Rosario podrá percatarse fácilmente –es decir, se percatará aunque no quiera- de que sus calles tienen una distribución y anchura que muchas capitales de provincia quisieran para sí.
Y el Puerto comenzó entonces a luchar contra todo y contra todos. Sin población, casi. Sin riqueza radicante –porque sus límites no rebasaban Los Estancos, Rosa Vila, Puerto Lajas o la desembocadura del Barranco de Río Cabras-, inició su vida de florecimiento y miró hacia el puerto. La bahía se abría espléndida y soberbia; pero no había muelle. Estábamos en los albores del año 90 [1890]. Aquí vuelve a aparecer el nervio isleño, duro y vibrante. Se abrió una suscripción. El Ayuntamiento la encabezaba. Las prestaciones personales se ofrecieron generosamente y, seis años más tarde [en realidad cuatro años, pues el muelle se inauguraba el día 7 de octubre de 1894], estaba concluido el espigón que, arrancando de la Plaza de Domingo J. Manrique, presenciamos hoy, -no sin pesar-, cómo va entregándose al mar piedra a piedra [cada vez que había temporal del sur, las olas arrancaban piedra a piedra las ilusiones de antaño]. Y, entonces el puerto se incorporó a la vida interinsular de manera pujante. Lentamente, sin prisas, pero sin pausa, fue absorbiendo, al socaire de su privilegiada situación marinera, las operaciones del cabotaje. Vinieron los “africanos” y vinieron los “playeros” y, año a año, consiguió centralizar, en lo que también es centro geográfico de Fuerteventura, el movimiento portuario. Matas Blancas, Tarajalejo, Pozo Negro y La Guirra, bien conocen la historia de esta lucha honesta, pero cruda. La Barrilla dio paso a la cochinilla y de Antigua se trasladó a Tiscamanita el centro comercial de la isla. La piedra de cal pasó a dejar de embarcarse por Tostón (El Cotillo) y por el Puerto de la Peña, por el Poniente, o por Matas Blancas, del sur, porque el “puerto” ofrecía mayor abrigo y mejores condiciones y el pequeño muelle recibe al nuevo siglo pletórico de ilusión y de alegría. Ya el pueblo había dado satisfacción a sus aspiraciones materiales. Ahora quedaba volver ala vista hacia las exigencias espirituales.
Desde que el Puerto fue puerto, o lo que es lo mismo, desde que aquellos dos marinos –un inglés [Don Diego Miller] y otro español [posiblemente el comerciante Álvarez Rixo]- dijeron que era el lugar ideal para establecer el centro marinero de Fuerteventura, sus habitantes vivieron bajo la advocación de la Virgen del Rosario. Y primero en una pequeña habitación de una casa de vecindad [morada de Teresa López, "La Española"], más tarde en un almacén –que todavía se conserva en la calle García Hernández- y luego en la ermita, que después se convirtió en iglesia parroquial; cada noche se congregaban los vecinos a rezar el Santo Rosario. Pero ya a finales de siglo, si no párroco propio, cuando menos sí se contaba con la presencia frecuente y edificante del sacerdote [y desde 1894 con libros sacramentales propios]. El culto don Teófilo Martínez de Escobar, sobre 1905, arribó por nuestras costas, asentó sus reales en el Puerto y se encariñó profundamente de todo lo nuestro. El momento resultaba propicio. La gente del pueblo había vencido ya en su lucha a favor del pequeño muelle, con un desembolso –que ahora nos asombra- de unas setenta mil pesetas y sus inquietudes se dirigían hacia la ermita. Querían una parroquia y querían una imagen. No había que preguntar. La Virgen del Rosario sería la que presidiese su vida toda. Y don Teófilo lo hizo. Creó la parroquia y adquirió la imagen que habría de sustituir a la “virgen pequeña” que, hasta muchos años más tarde, gozó de la devoción especial de bastantes feligreses.
Relato pasajes históricos, acercándome a ellos, más que en la fidelidad cronológica a la tradicional, aunque, sin apartarme de la primera; porque son valores humanos los que interesan esencialmente. Y así llega el año 1926. Casillas del Ángel y Tetir habían ido declinando a favor del joven pueblo del Puerto [con acritud uno, más dócil el otro]. Las cargas financieras podían más que las posibilidades del vecindario. Sobrevinieron deudas que no podían pagarse. Eran también, tiempos de una política incierta: política de campanario, la llamaban. Y llegó lo que tenía que llegar. Puerto de Cabras era un pueblo joven, vigoroso y lleno de ambición. Aquellos núcleos habían caído en la pobreza y las luchas intestinales y, cuando menos se esperaban, una reacción lúcida de los dirigentes elaboró y llevó a cabo la fusión, y la Dictadura, al llegar, encontró que el número de municipios en Fuerteventura se había reducido a seis.
Y aquí pasamos rápidamente y sin detenernos –ya decíamos que se trataba de retazos de la historia de Puerto del Rosario-, un montón de páginas, para encontrarnos en febrero de 1956. La vocación mariana del pueblo se pone de manifiesto y el ayuntamiento, recogiendo la secular aspiración del vecindario, propone y obtiene que el anterior nombre sea sustituido por el de Puerto del Rosario, con que hoy nos recibe, siempre llena de honestas ambiciones y esperanzas, la capital de Fuerteventura.”