lunes, 17 de noviembre de 2014

Majoreros en la Araucanía, 1903-1904

De Fuerteventura a Sudamérica en 1903. Algunos de nuestros antepasados se atrevieron en una de las empresas más duras de la colonización del sur de Chile, donde compartieron desgracias con los boers que se trasladaron después de las guerras en Sudáfrica, con los propios mapuches de la zona y, sobre todo, con unas condiciones climáticas para las que no estaban preparados.


Al sur de Chile y a principios del siglo XX aún permanecían las tierras indómitas que durante cuatrocientos años la metrópoli española no supo o no quiso colonizar, dejándolas al natural proceso de convivencia entre colonos e indígenas.
Superada su propia etapa colonial, la nueva república chilena intentó consolidar aquellos territorios con una legislación que propiciara la atracción de población extranjera para cultivarlos y explotarlos, casi sin tener en cuenta los derechos preexistentes de quienes individualmente avanzaban hacia el sur y los de los propios indígenas mapuches. El gobierno chileno se limitó a otorgar múltiples concesiones de colonización a empresas privadas que se comprometieran al reclutamiento de familias agricultoras y pescadoras entre 1900 y 1904.
Uno de los empresarios que obtuvo concesión para la explotación de tierras en la Araucanía, al sur del Bío-Bío, fue Francisco Sánchez Ruiz, oriundo de Canarias, quien se comprometió con el Gobierno Chileno a transportar 300 familias de las islas para la puesta en explotación de tierras entre los rios Imperial y Toltén, junto al lago Budi.
Aquel fue un proyecto que se recondujo a principios de 1903, al hacerse cargo la Empresa Colonizadora del Budi, accionada mayoritariamente por Eleuterio Domínguez y Cia., y que abrió las expectativas migratorias a colonos de otras regiones españolas, pero que puso al descubierto otro de los tristes destinos de la emigración canaria a Hispanoamérica.
Las duras condiciones climáticas pero sobre todo la pésima administración de la Colonia presagiaron desde el primer momento el fracaso de la misma.
Los canarios apenas tuvieron información detallada de adónde iban. Fueron reclutados mediante anuncios que la prensa regional publicó en Tenerife y en Gran Canaria, y embarcaron en el puerto de La Isleta, punto de concentración de los colonos que llegaron desde las islas occidentales a bordo del pailebote San Vicente y de las orientales en los veleros que encontraron, cuando no habían llegado desde la etapa de construcción de los muelles y el puerto.
A principios de octubre de 1903 arribaba al puerto grancanario el vapor Orellana, de la Pacific Steam Ship Navegation Co., con otras tantas familias captadas por Eleuterio Domínguez en la península española, y aquí subieron a bordo las 50 familias canarias del primer lote reclutado por los representantes de Francisco Sánchez Ruiz, para zarpar el día cuatro del mismo mes.
Llegaron a Talcahuano, cerca de Concepción, en lo primeros días de noviembre, después de una dura travesía: De Gran Canaria a Rio de Janeiro, de allí a Buenos Aires para continuar hacia el sur, en busca del estrecho de Magallanes que los llevaría al Pacífico, por el que navegaron durante más de dos mil kilómetros hasta el puerto de destino. Después las carretas y carromatos: de Talcahuano a Temuco y desde allí a Cacahué y Puerto Saavedra; aún les quedaban otros quince o veinte kilómetros para llegar a Puerto Domínguez, que estaban fundando, a orillas del lago Budi, cabecera de la Colonia de Eleuterio Domínguez y Cia.

Entre los viajeros colonos estaba el majorero Domingo García Betancourt, con su esposa y sus hijos; uno de los que, ante el abandono de las autoridades diplomáticas españolas, plantaría cara a las duras condiciones de la Empresa y que bregado en las guerras coloniales por su condición castrense, emprendió la huida en 1905 con la intención de llegar a la Argentina, siendo detenido por agentes que respondieron a la denuncia de estafa que le presentó Eleuterio Domínguez y Cia., y encarcelado en la prisión de Nueva Imperial.
Una de las condiciones que no leyeron los colonos, encandilados por la concesión de parcelas a su favor, fue la de la obligación de permanecer viviendo en la misma, comprar en su economato con un dinero propio de la Colonia, hasta redimir el coste del pasaje que les habían adelantado en concepto de préstamo y el tiempo de trabajo comprometido.
Por eso, porque las condiciones climáticas fueron durísimas y porque muchos de ellos desconocían los oficios forestales y aún agrícolas, a Domingo García siguieron otros tantos en el abandono del compromiso, dispersándose por la zona del Budi, Puerto Saavedra, Concepción, donde practicaron la pesca, o cruzando los Andes, rumbo a Argentina.
Y el beneficio empresarial en tierras: más del doble de lo asignado a cada familia de colonos. Uno de los inconvenientes que tuvo la planificación de empresas colonizadoras sobre aquel territorio fue el hacerlas sobre el mapa, sin tener en cuenta los derechos preexistentes de agricultores nacionales chilenos y de indígenas mapuches; una circunstancia que colocó en el punto de mira de la crítica a los propios colonos, tan desgraciados como aquellos.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

Para saber más:
-         Concepción Navarro Azcue y Baldomero Estrada Turra (2004), en su trabajo “Los canarios en la colonización del Sur de Chile, 1900-1912” y Maribel Lacave (2006) con su libro “Los Canarios del Lago Budi”, se acercaron a este curioso capítulo de la emigración isleña a Hispanoamérica.
-         Leídos aquellos trabajos, acudimos a la prensa regional de Canarias de la época, consultable en el archivo de prensa digital JABLE, de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

-         Mapuche: Fotografías siglos XIX y XX, construcción y montaje de un imaginario, Santiago de Chile, Pehuén, cop. 2001.