miércoles, 17 de octubre de 2012

Un panteón bien vale una misa. El antiguo cementerio de Puerto de Cabras

El antiguo cementerio de Puerto de Cabras


Tal fue una de las condiciones impuestas por el Ayuntamiento de Puerto de Cabras cuando a principios del pasado siglo autorizaba al portuense don Agustín Pérez Rodríguez (1849)  la construcción del panteón familiar y la cripta que actualmente preside el antiguo cementerio público de la actual ciudad de Puerto del Rosario.
Don Agustín, fue uno de los grandes contribuyentes, consignatario marítimo y activo comerciante que ocupó cargos concejiles, incluido en de alcalde de la localidad en 1873, y el de primer Delegado de Gobierno de España tras la recreación del partido judicial de Fuerteventura en la capital de la isla (como tal presidió algunos de los primeros plenos del Cabildo Insular, tras su puesta en funcionamiento en marzo de 1913).
Desde 1919 y cada primero de noviembre allí, en la capilla de los Pérez se dice la misa de difuntos, normalmente previa a la celebrada en el nuevo cementerio de Zurita.



El antiguo cementerio del Puerto, que la señalética viaria identifica como monumento desde que se iniciaran los trámites en 1988, sufrió tres importantes ampliaciones que marcaron en piedra las características sociales de una época:
Primero, en la década de 1840 el inglés Diego Miller aportó el suelo donde el ayuntamiento intentaba la construcción al otro lado del Barranquillo de La Miel y sobre él se edificaron las paredes bajo la supervisión del maestro Domingo Rodríguez. Las obras se remataron con el frontón triangular de la fachada que hoy vemos y donde una cartela de madera recoge la fecha: 1871.
Después vino la primera ampliación, para la que aportó el suelo la hija del inglés, Emilia Miller, consistente en dos fajas de terreno a cada lado de las paredes levantadas en 1871. Sobre aquel solar intentaba el Ayuntamiento que entonces presidía Ramón Fernández Castañeyra, la construcción de un camposanto para los que muriesen “fuera del gremio de la iglesia católica…” y una sala para autopsias y otros servicios funerarios, como así se hizo en la parte poniente, donde a espaldas de la sala mortuoria están las cuatro paredes con las que se pretendió deslindar el cementerio de los no católicos.
No sé si en las nuevas dependencias se llegó a enterrar a alguien, pero hay un episodio de aquella sala en que a cierto individuo que dieron por muerto repentino, tuvieron la ocurrencia de dejarlo sobre la mesa de operaciones para practicarle la intervención post mortem al día siguiente; y el pobre hombre despertó en la madrugada para, abriéndose paso como pudo, salir del camposanto para plantarse ante la puerta de su domicilio en la calle Baños, ¡ imagínense el susto de los deudos del que suponían muerto!.

Ramón Fernández Castañeyra (1843-1916) fue alcalde de  Puerto de Cabras  de 1875 a 1895 y de 1898 a 1902.

Lo que pasó con el solar de la banda naciente del primigenio camposanto fue algo que sólo pudo darse en aquella época. El ayuntamiento cedió a perpetuidad el terreno donado al municipio por la heredera de Miller en beneficio de Ramón Fernández Castañeyra quien construyó allí su cementerio privado, terminado en 1890.
Por último, una nueva ampliación se acometió en las primeras décadas del XX. Las obras se hicieron a espaldas de la necrópolis pública de finales del diecinueve. Y en esta parte fue donde don Agustín Pérez Rodríguez construyó su capilla y panteón familiar con la autorización que la municipalidad le otorgó condicionada a la misa anual de difuntos, sin muros particulares, pero presidiendo el conjunto funerario público. Algo muy distinto al impulsado por Ramón Fernández.
Después vinieron los nichos, las modernidades y el traslado de la década de 1970 hacia Zurita; pero aquel, el viejo cementerio, fue el recinto histórico que profanado recientemente, es digno de respeto independientemente de las cacicadas que otrora se pudiesen haber cometido allí.
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas

viernes, 5 de octubre de 2012

La memoria recuperada en el callejero: Encarnación Hormiga Jorge, partera de Puerto de Cabras

Las parteras o comadronas de Puerto de Cabras fueron reconocidas por la institución municipal cuando en 1976 se decidió rotular la antigua calle Alameda con el nombre de una de ellas: Encarnación Hormiga Jorge (Puerto de Cabras, 1864).
Doña Encarnación era nieta de Vicente Hormiga Rodríguez (La Oliva, 1785), uno de los primeros pobladores que llegó a la joven ciudad con su esposa, María Rodríguez, en 1806; su padre, Antonio Abad Hormiga Rodríguez (Puerto de Cabras, 1828) se casó con Juana Jorge (Puerto de Cabras, 1831).
La comadrona contrajo matrimonio con Juan Cabrera Rodríguez (Puerto de Cabras, 1859), siendo madre de, al menos, cuatro hijos: María, Juan, José, Marcial y Brígida Cabrera Hormiga.

Foto repintada de doña Encarnación Hormiga Jorge,  publicada por la Biblioteca Municipal  de Puerto del  Rosario en  www.bibliotecaspublicas.es
Pero doña Encarnación contó con el reconocimiento de varias generaciones de majoreros que ayudó a venir al mundo en momentos en que aquí ni se soñaba con tener algo parecido a un hospital, si obviamos el centro de higiene rural que funcionó desde la época del Doctor Cúllen Ibáñez en una de las salas de su propia casa.
El expediente de denominación de la calle se inició a instancias del entonces alcalde Manuel Martín Martín, en pleno del 23 de febrero de 1976, y se concluyó con el acuerdo del mismo cuerpo municipal, adoptado el 7 de junio, con el compromiso de descubrir la placa en el  marco de la fiestas patronales de aquel año.
Y así se consignó en el programa de las fiestas: A las diez y media de la mañana de 7 de octubre, festividad de nuestra patrona la Virgen del Rosario, se llevó a cabo un sencillo acto en el que, entre otros rótulos, se colocó este que rendía homenaje a las comadronas de Puerto de Cabras en la persona de doña Encarnación.

Asesinato en Puerto de Cabras, 1901


El de Jerónimo Fernández Jorge dio mucho que hablar entre los vecinos y el recuerdo se  mantuvo durante varias décadas.
Entre la ficción y la realidad sobre un crimen...
En Puerto de Cabras no se recordaba tanto alboroto desde los tiempos en que el corsario “Vencedor” bombardeó la ciudad y secuestró a la Junta de Sanidad, o desde aquel otro episodio en que Juan Kelt, armado hasta los dientes y ahíto del mejor aguardiente que había en la isla, se plantó en medio del embarcadero dando tiros y proclamando la independencia de no sabía bien qué países de la América española…
De aquello había transcurrido casi un siglo y junto al embarcadero se disfrutaba ya de un muellito en el que los viajeros podían embarcarse cómodamente, sin tener que trepar a hombros de los marineros para no mojarse las calzas.

Un día de correíllo en el muelle de Puerto de Cabras, principios del siglo XX. Del libro  "Puerto de Cabras, Puerto del Rosario, una ciudad joven".

El Puerto despertaba al nuevo siglo XX empujado por la tercera generación de una burguesía que aquí se había instalado a finales del XVIII.
El comercio se había desarrollado ampliamente y después de que los militares se establecieron en la calle de La Marina, las cantinas que antes abastecían a pescadores, marineros y ganaderos, se duplicaron.
A principios del pasado siglo había en Puerto de Cabras un juzgado municipal que se encargaba de derivar asuntos como el que nos ocupa hacia el de primera instancia e instrucción, ubicado a la sazón en Arrecife de Lanzarote.
El ron era protagonista por las calles de la localidad, especialmente los miércoles, día de correíllo, dando especial trabajo a los guardias civiles que aquí se habían instalado hacía pocos años. Entonces la bahía era surcada por un ir y venir de barquillos y falúas que traían y llevaban carga y pasajeros hasta los vapores y veleros allí fondeados.
Juan Morales Álvarez (Tetir, 1839) es uno de los protagonistas del suceso. Había llegado al Puerto desde su vega natal abandonando la actividad ganadera y agraria para abrir una carnicería y, cuando ocurrió el incidente, estaba viudo y vivía con sus hijos Josefa, Victoria y Pablo Morales Barrera, nacidos aquí en 1875, 1880 y 1882, respectivamente.
A mediodía del 6 de marzo de 1901, el azar quiso que desde la costa del salado arribase también una de las balandras de Agustín Pérez, entre cuyos tripulantes se encontraba “Momito”, el de María Jorge (Puerto de Cabras, 1845), y potencial víctima que comenzó a visitar cuantos altares al dios Baco encontró a su paso.
Juan Morales, carnicero y matarife se jactaba de dominar los cuchillos, por lo que se hacía llamar cortador. Nada de extrañar con sus 60 años de vida entre animales. Lo que le cabreaba desde que enviudó, era que Jerónimo Fernández Jorge (Puerto de Cabras, 1877-1901), más conocido por “Momito el de María Jorge”, rondase a sus “niñas”, especialmente cuando regresaba de la costa, después de varias semanas de faena en la mar.
Y la desgracia se veía venir. Días atrás el viejo Morales lo había comentado en la pescadería de José Machín: ¡Un día de estos lo abro en canal…!
La promesa se cumplió. Al atardecer de aquél seis de marzo Jerónimo Fernández, lejos de visitar a su madre y hermanos Antonio (Puerto de Cabras, 1875) e Isabel (Santa Cruz de Tenerife, 1883), se acercó a la tablajería del Puerto para repetir lo que a Juan Morales desquiciaba pero éste, viéndolo venir, salió a la puerta cuchillo en mano.
Momito cambió su rumbo escorándose a la izquierda con la intención de perderse Ciudadela arriba, como un barco mal estibado. Morales lo siguió pacientemente hasta encontrarse cara a cara y, sin mediar palabra, le asestó una certera puñalada en el corazón. Jerónimo cayó de rodillas, fulminado, con las manos crispadas en un amago imposible de agarrarse a su agresor que retiró el cuchillo para limpiarlo en su propio mandil y retornar a su negocio…
La noticia corrió como reguero de pólvora. Hubo gritos de quienes los vieron discutir y desde un agitado muellito subió la pareja de civiles que detuvo al agresor a pocos metros del lugar de los hechos y, sin oponerles resistencia, fue preso y entregado en el Juzgado Municipal de la localidad junto con un paquete conteniendo varios cuchillos que le requisaron.
Pocos días después el juez municipal despachó una breve diligencia y envió a Juan Morales junto a las armas del delito a bordo de la goleta “Beatriz” y con destino al Juzgado de Primera Instancia de Arrecife.
Buscado el asunto en la prensa de la época (Archivo de Prensa Histórica de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria), encontramos unas líneas que le dedicó el "Diario de Las Palmas", luego copiadas por "El Diario de Tenerife" y por "La Opinión"; decía así:
"Según noticias de Puerto de Cabras, el 6 del actual, un individuo de 60 años, de oficio cortador, llamado Juan Morales Álvarez, dio una puñalada en el corazón a Jerónimo Fernández Jorge, de 24 años, pescador, dejándole muerto en el acto..."
Este sencillo episodio se fue diluyendo en la memoria colectiva de la ciudad, dejando huellas y estigmas entre las familias de agresor y víctima, que convinieron en levantar una sencilla cruz de piedra con las iniciales J.F.J. que hasta el 2008 podíamos ver en un solar de la calle Juanito el Cojo, frente al Mercado Municipal de Puerto del Rosario.
La cruz que se colocó donde cayó Jerónimo Fernández Jorge, aún  se veía en el solar de la calle  Juanito el Cojo, frente al mercado municipal de Puerto del Rosario. [Foto aportada por Paco Cerdeña].
Copyright: Francisco Javier Cerdeña Armas